Comentario
Lo más peculiar y característico del período entre 1955 y 1962 en lo que respecta a la descolonización, no es lo sucedido en Asia ni incluso la inestabilidad creciente en Medio Oriente, sino la extensión del movimiento de emancipación al continente africano. En 1955 África no tenía más que un puñado de Estados independientes: Etiopía, Liberia, Egipto, África del Sur, en plena ruptura con respecto a la Commonwealth por el "apartheid", y Libia. Pero en el nuevo clima mundial relacionado con la Conferencia de Bandung y con la actitud contraria al colonialismo tradicional de las dos superpotencias mundiales, en siete años la mayor parte del continente africano logró la independencia.
Lo hizo, sin embargo, a un ritmo muy variado y que dependió de las circunstancias de cada región de África. En África del Norte existieron movimientos partidarios de la descolonización desde fecha anterior a 1955 sin que la independencia pueda ser entendida al margen de su actividad; además, el proceso hasta la llegada de la misma fue en gran medida traumático, en especial en el caso de Argelia. En África negra la situación fue diferente: la idea de la inevitabilidad de la descolonización parecía ya haberse impuesto de modo natural, de manera que la resistencia a la misma fue menor por parte de las potencias coloniales. De todos modos, en la misma África del Norte la situación variaba de forma considerable entre unos países y otros. Túnez y Marruecos tenían en común el estatuto de "protectorados", lo que implicaba la existencia de una autoridad nacional propia aunque privada del efectivo ejercicio de la soberanía. En pura teoría, la existencia de esta autoridad local tenía la ventaja de poder propiciar una evolución pacífica hacia la independencia pues bastaba con introducir una modificación en el estatuto de estos dos países para darle paso. En Argelia la existencia de una fuerte comunidad europea, muy enraizada, introducía complicaciones adicionales, aparte de que no existió nunca un estatuto de protectorado que permitiera la reconstrucción de una autoridad local indígena. Todos estos futuros países tenían, sin embargo, un factor común: la colonización francesa no hizo nada para facilitar una eventual retirada del Imperio cuando llegara un determinado momento. Incluso una cierta inseguridad colectiva después de la Segunda Guerra Mundial incrementó las dificultades para llegar a este resultado.
De cualquier modo, tanto en Marruecos como en Túnez, los antecedentes de la emancipación se remontan al conflicto bélico. En Marruecos el sultán Mohammed ben Yusef se había entrevistado en 1943 con Roosevelt, quien ya por entonces le prometió el apoyo norteamericano en el momento de una independencia que, a los ojos del segundo, no podía tardar. Se entiende en estas condiciones lo difícil que resultó el acuerdo entre el presidente norteamericano y De Gaulle, que sólo aceptó la descolonización como una obligación que imponían el realismo y la evolución de los tiempos pero siempre de forma renuente. Pocos meses después, Balafrej, una personalidad no lejana al monarca, contribuyó a reunir en el Istiqlal a las diversas tendencias existentes dentro del nacionalismo marroquí bajo la dirección de Allal El Fassi. A comienzos de 1944, en un manifiesto, este partido pidió la independencia con la aparente colaboración del monarca, pero la presión de las autoridades francesas y la existencia de graves desórdenes públicos le indujeron a un cambio de actitud. Hubo incluso varios líderes nacionalistas detenidos. En 1945 la situación parecía controlada por las autoridades francesas pero el sultán, aunque había sido considerado por De Gaulle como una especie de camarada en la tarea de la liberación, hizo en 1947 una gran alabanza de la Liga Árabe demostrando de esta manera una ambigüedad muy característica. Durante un paréntesis relativamente liberal -aquel que estuvo representado por la autoridad del presidente Labonne- el sultán siempre se negó a cualquier acuerdo de co-soberanía o de integración en la Unión francesa. La política de las posteriores y sucesivas autoridades francesas, siempre militares, fue siempre dura insistiendo en que el sultán condenara al Istiqlal. En Túnez la ocupación por parte de Alemania e Italia supuso unas circunstancias muy peculiares e irrepetibles. El bey Moncey había aparecido como defensor del nacionalismo a partir del momento de la liberación pero, acusado de haber colaborado con las potencias del Eje debió abandonar el poder siendo sustituido por una personalidad mucho menos fuerte y definida, Lamine. Durante algún tiempo la propia división entre los nacionalistas contribuyó a dificultar la presentación de una alternativa que pudiera producir un cambio. Frente a un partido tradicionalista, el Destur, el Neo Destur de Habib Burguiba, que durante la Segunda Guerra Mundial había mantenido una actitud pro occidental, se presentó como una alternativa modernizadora. Finalmente en Argelia la posición de las autoridades francesas en el momento de la victoria sobre el Eje resultó un tanto distinta por influencia directa de De Gaulle: mientras que estaban dispuestas a reconocer el papel de las autoridades indígenas en los "protectorados" la tendencia habitual consistió en tratar de no modificar un ápice la situación jurídica en Argelia. Todavía en 1943 el líder nacionalista Ferhat Abbas pudo hacer público un manifiesto y obtener una promesa indeterminada de autonomía pero ya en 1944 era colocado bajo observación policiaca. En mayo de 1945 hubo violentos incidentes, con asesinatos de europeos y una fuerte represión. Camus dató de esta fecha la ruptura entre las dos comunidades y, como consecuencia, el inicio de una auténtica guerra civil. El hecho de que en 1954 hubiera un millón de europeos frente a nueve de argelinos contribuyó de forma importante a hacer imposible la convivencia. En los protectorados la proporción de población europea era mucho más baja. Por otro lado, en Argelia los resultados de la colonización francesa eran muy poco satisfactorios: el 90% de los argelinos eran analfabetos y apenas había 165 médicos de esta procedencia.
A partir de 1951 la situación se hizo crecientemente complicada para las autoridades francesas en todo el Norte de África, iniciándose una senda que habría de llevar, de forma inevitable, a la independencia de toda ella. La Liga Árabe, ubicada en El Cairo, había sido un amplificador y órgano de propaganda de la causa de los movimientos nacionalistas. Gracias a su influencia, en el verano de 1951 los países árabes independientes decidieron llevar a la ONU el problema de Marruecos y, más adelante, el de Túnez.
En Marruecos, el nacionalismo había adquirido ya una fuerte implantación en las ciudades. La autoridad militar francesa se podía apoyar, sin embargo, en el mundo rural proclive a la fragmentación y poco propicio al sultán que, en su discurso de fines de 1952, hizo una muy explícita declaración de nacionalismo. La colaboración entre parte de la Administración francesa, los colonos y autoridades locales indígenas logró la deposición del sultán, que hubo de exiliarse a Madagascar en el verano de 1953, y su sustitución por un sobrino, Mohammed ben Arafa. Los dos años que siguieron fueron de una profunda inestabilidad por los actos terroristas y España todavía administrando su zona del protectorado en nombre del sultán depuesto. Incluso parte de la colonia francesa fue consciente de que una situación como ésta no podía mantenerse. En el verano de 1955 Francia, presidida en estos momentos por Pinay, decidió el retorno del monarca y en una declaración el noviembre siguiente se acordó permitir la accesión de Marruecos a la condición de Estado aunque con unos lazos permanentes con Francia. En marzo de 1956 Marruecos proclamó su independencia bajo la Monarquía de Mohammed V. El jefe del Estado, aun manteniendo unas relaciones estrechas con el Istiqlal, empezó incumpliendo su promesa de llegar a una institucionalización democrática pues sólo se mostró dispuesto a aceptar una Asamblea consultiva, nombrada directamente por él. Su hijo Hassan II se mostró más dispuesto a convertirla en realidad, ya en 1962.
Como en Marruecos, también en Túnez la política colonial francesa se caracterizó por una serie de bruscos cambios de rumbo que permiten definirla como incoherente y poco propicia a una serie de concesiones paulatinas que permitieran preparar una independencia por pasos. En realidad, da la sensación de que fue el desastre previo sufrido en Dien Bien Phu y la actitud de apertura del radical Mendès France los que explican la independencia de Marruecos y Túnez mucho más que una política a largo plazo. En el segundo de estos países desde fines de 1951 hubo frecuentes tumultos y detenciones de dirigentes nacionalistas, entre ellos el propio Burguiba. En julio de 1952 los tunecinos rechazaron un sistema de co-soberanía y sólo en 1954 Mendès France, en un discurso realizado en Cartago, proclamó la disponibilidad francesa para conceder la independencia reservándose tan sólo la metrópoli la política exterior y la defensa. Burguiba pudo estar de acuerdo con esta fórmula pero un sector de su propio partido puso más dificultades. Finalmente los acontecimientos superaron esa primera posibilidad propuesta por los franceses. En el verano de 1955, después de tres años de exilio, Burguiba regresó a Túnez de quien Francia reconoció la independencia unos días después de hacerlo con Marruecos. En julio de 1957 la institución monárquica fue suprimida y se proclamó la República.
Pero si la política francesa había sido contradictoria y dubitativa respecto a Marruecos y Túnez, en Argelia dio lugar a una auténtica tragedia. En 1947 esta posesión francesa había sido dotada de un estatuto que la convertía en un "grupo de departamentos dotados de personalidad civil y de autonomía financiera". El gobernador general tenía el poder ejecutivo mientras que el poder legislativo quedaba compartido entre el Parlamento francés y una Asamblea argelina, que podía votar el presupuesto y además enmendar las leyes aprobadas en la metrópoli. Aunque esta organización parece haber estado muy lejos de satisfacer a los nacionalistas, por lo menos proporcionó una etapa de pacificación relativa a Argelia durante algunos años.
Sin embargo, en la noche de Todos los Santos de 1954 una facción de uno de los partidos nacionalistas argelinos, dirigida por Ahmed Ben Bella y ayudada por Egipto, desancadenó una rebelión que en un principio no tuvo mucho éxito pero que en tres años se había implantado ya sólidamente. La sublevación tuvo una extremada brutalidad y en ella el factor religioso tuvo mayor peso que una revolución social. En dos años había costado 500 muertos franceses y unos 3.000 argelinos. Muy pronto las dos comunidades se enfrentaron a muerte empleado los franceses la tortura y el napalm mientras que los argelinos respondían con las bombas o el degüello de civiles franceses. A partir de 1956 el Gobierno de Guy Mollet propuso una solución que pasaría por las elecciones y una posterior negociación pero al mismo tiempo empleó procedimientos militares inéditos hasta el momento como llamar a las armas a los jóvenes en edad militar para combatir en Argelia, lo que no había sucedido en Indochina, secuestrar a los dirigentes de la sublevación con ocasión de un viaje aéreo y, en fin, perseguir al adversario más allá de las fronteras tunecinas en donde había elevado una barrera, supuestamente infranqueable para la penetración. El resultado de todas estas acciones fue un empeoramiento de las relaciones de Francia con los países que habían sido sus colonias y su aislamiento en la ONU desde que en 1955 la cuestión argelina quedó inscrita en su agenda. Francia llegó a tener más de 400.000 soldados en Argelia mientras que la lucha se trasladaba a las ciudades en donde cada bando practicó un brutal terrorismo.
La revuelta en mayo de 1958 de los franceses de Argelia, después de un homenaje a tres soldados franceses fusilados por el adversario, tuvo como consecuencia la llegada del general De Gaulle al poder en París. Buena parte de los seguidores de éste, como Soustelle o Debré, eran inequívocamente partidarios del mantenimiento de una Argelia francesa, pero el general De Gaulle, capaz por un lado de conseguir la unidad nacional alrededor de su propia figura y, por otro, de evolucionar teniendo muy en cuenta la realidad de la situación, esbozó una sucesión de soluciones que se inició con una promesa de desarrollo económico unida a la incorporación de setenta diputados de Argelia al primer parlamento de la V República y siguió por la mano tendida a la rebelión, la asociación, la autodeterminación y finalmente una propuesta de Argelia argelina. En realidad su acceso al poder había sido provocado por la situación más allá del Mediterráneo pero él no tuvo nunca una fórmula mágica para resolverla y sus propósitos esenciales se referían a otros aspectos de la vida francesa. Por eso Argelia muy pronto fue considerada por él como una carga de la que Francia debía librarse si verdaderamente quería alcanzar el puesto que le correspondía en el mundo. No le faltaba la razón: sólo el 6% de la exportación argelina iba a Francia, que a su vez exportaba hacia ella tan sólo el 11% de su comercio exterior.
Así se explica que crecientemente se produjeran enfrentamientos entre la población francesa de Argelia y las autoridades de la metrópoli que tenían más en cuenta el estado de ánimo del conjunto del país (en 1958 sólo el 20% quería la absoluta integración entre Francia y la colonia). En enero de 1960 hubo una semana de barricadas en Argel y en abril de 1961 un directorio de cuatro generales intentó hacerse con el poder. El referéndum celebrado en enero de 1961 dejó las manos libres a De Gaulle para enfrentarse con el conflicto argelino y a partir de este momento fue ya posible establecer algún tipo de contacto con el FLN (Frente de Liberación Nacional). Las conversaciones fueron, sin embargo, largas y en ellas apareció como la dificultad más marcada la pretensión argelina de conservar el Sahara que formaba parte de la división administrativa creada por la potencia colonial. Finalmente se llegó a los acuerdos de Evian en marzo de 1962. Francia logró ver garantizados los derechos de la población europea residente en la Argelia independiente, una presencia militar que duraría tres años, una base en Mers-el Kebir y la ocupación del Sahara durante cinco años pero reconoció la independencia de Argelia que se convirtió en una realidad en julio de 1962. En realidad, el número de los franceses que permanecieron en la antigua colonia fue muy limitado: en 1962 abandonaron Argelia 650.000 y dos años después apenas quedaban 100.000. La larga duración de la lucha y, aún más que eso, el empleo del terrorismo por parte del sector más militante de los colonos franceses a partir de la llamada OAS ("Organisation de l'Armée sécrète") hicieron imposible la reconciliación entre colonos y colonizados. De esta manera, en este caso, el más conflictivo de la descolonización francesa, se hizo evidente el fracaso del modelo francés. Defender una Argelia vinculada a la metrópoli había costado la vida de casi 25.000 soldados franceses y unos 4.500 civiles mientras que murieron unos 150.000 combatientes argelinos y otros 17.000 civiles, en atentados; entre 10.000 y 30.000 fueron ejecutados por supuesto colaboracionismo. No puede extrañar que la sociedad francesa y la argelina tardaran en curar esas heridas.